PASAR

PASAR

El alma de los días, la columna
vertebral que mantiene
encendido el afán de ir transitándolos
es que algo suceda, que algo pase
en la estanca quietud de su mudanza.

Cual si nada ocurriese cuando el trigo
que rodea las sendas del verano
se quiebra en una ráfaga de viento,
o esa torpe alegría
del agua cuando la abren,
en la hora del riego,
las compuertas del mundo
y se escucha el rumor
de toda aquella sed que se termina,
o el giro de la luz, o el pentagrama
que las aves escriben en el cielo,
o en una mesa tendida,
con el sol sobre el pan
y algún vaso de vino.

Es absurdo lo que nos llena,
lo que colma los días,
lo que estalla cumpliendo ese deseo
de ser más, más intensos, más lejanos.

Quizá lo que nos salva
son los raros momentos
en que no pasa nada.


DATOS DEL POETA: Lola Mascarell (Valencia, 1979). Es periodista y profesora de Lengua castellana y literatura. Su primer libro de poemas, Mecánica del prodigio (2010), fue publicado por la editorial Pre-textos. Recibió el Premio Internacional de Poesía Emilio Prados por Mientras la luz (Pre-textos, 2013).

COMENTARIO: Estamos tan acostumbrados a vivir en la excepcionalidad (todos los meses aparece el invento del siglo, cada fin de semana el partido a vida o muerte, cada día es una efeméride que no debemos dejar pasar, etc.) que intentamos llenar nuestra vida con momentos irrepetibles, con jornadas que justifiquen nuestro paso por el mundo. Y está bien que sea así y que existan esos momentos: el alma de los días, como dice Mascarell, hace que funcione el motor para soportar la existencia, para que no se pierda la esperanza. 
No en vano, si fuéramos capaces de mirar de otro modo, tal vez no estaríamos esperando que se obre el milagro. Pero para ello debemos tener la capacidad que demuestra la poeta valenciana en el poema de esta semana: escuchar el agua, el trino de los pájaros, la belleza de un trozo de pan y un vaso de vino en una mesa... Debemos parar mientes en los pequeños detalles, en aspectos cotidianos que nos pasan inadvertidos pero que, no obstante, son el grueso de los días.
Parece absurdo e imposible, cuando no una impostura reclamar estos instantes, esta cierta mirada en un giro de la luz que nos colme el deseo de vivir más intensamente nuestra vida. Y, sin embargo, no podemos sustraernos a  la enseñanza del poema: Quizá lo que nos salva/ son los raros momentos/ en que no pasa nada. No parece baladí caminar estos días por el campo, los trigales están a punto de sucumbir ante la impaciencia de los agricultores, así que os animo a escuchar y mirar como se quiebra el trigo por una esporádica ráfaga de viento. Si os ocurre, repetid la última estrofa de este poema, decidla en voz baja, aunque nadie os escuche, aunque parezca absurdo. Yo lo he hecho alguna tarde y el día cobró sentido. No es poco para el sinsentido y el ruido ensordecedor que nos rodea día a día.

Comentarios

  1. Esos últimos versos los conocemos todos o casi todos en algún momento de nuestra vida pero ya se sabe: no hay peor sordo que aquél que no quiere oír!

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    1. Pero hay mucho ruido, muchas pequeñeces que nos roban fuerzas y tiempo. Por eso recordarlos y llevar a cabo esta especie de acción poética nos puede liberar de lo tóxico. O al menos, reencontrarnos con nosotros mismos

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  2. Ay!, me encanta este poema. Empatizo absolutamente con él. Hay que abstraerse de tanto ruido inútil y dedicar atención plena a ese nada que acontece a diario. Permítame que confiese mi encanto ante el descubrimiento de que no estoy sola en ciertas percepciones, somos muchos. Y es bonito sentirse acompañada. Profesor, hay un cuento de Echenique, con título que no recuerdo exactamente pero referido a un Papa nosequé, en el que hay una frase de esas que te marcan, gustan y copias en cuaderno con tal de no olvidarla y es " no hay peor sordo que el que SÍ quiere oír". Le da la vuelta a la bien conocida que usted refiere, y es genial. Si lee el cuento lo comprende totalmente, y es genial. El joven relataba hechos en la mesa, su padre, al que despreciaba, ninguneaba su relato con desatención, pero no paraba de interrumpirlo para enterarse, a toro pasado en el discurso, de todos los pormenores. Es genial. Y se me vino a la cabeza con su comentario. Es corto, si lo lee lo comprenderá.
    Por otro lado, otra sincronía con mi persona ha sido que ando días con un poema de Machado, LA PRIMAVERA BESABA, en la que la Naturaleza cobra esa importancia a la que hace referencia usted. Gracias. Saludos desde Algeciras.

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    1. Lo busco, gracias por tus comentarios y aportaciones. Se enriquece mucho el blog con referencias intertextuales, recomendaciones literarias e intercambio de propuestas metodológicas. Estoy encantado con tus lecturas -ya ves, yo le tuteo, podrías hacerlo conmigo también, aunque sé que es por respeto a mi avanzada edad.
      Un abrazo.

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  3. Con la edad, yo creo que es eso, cierto número de años, una atiende a todos esos prodigios de la Naturaleza como nunca antes. Debe ser eso.

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  4. Acabo de ver que la autora con 14 años menos que yo le alcanzó. No será la edad. Las habemos lentitas, ja. Saludos.

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    1. Dudé en comenzar el comentario así por eso mismo. La madurez no será cuestión de edad, supongo (hay muchos jóvenes que son viejos prematuros y muchos ancianos con más vitalidad que un adolescente...), pero es verdad que ese ritmo del poema remite a Valente, a Muñoz Rojas, a Carvajal, etc. No conozco a la autora, le he pedido amistad por Facebook y le puse un mensaje privado para que me diera el permiso pertinente, pero todavía no he obtenido respuestas, así que me temo que pasa un poco de las redes sociales, como harían los mencionados más arriba.

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  5. " El Papa Guido sin Número" es el título. Saludos.

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