LA TREGUA
LA TREGUA No, no es fácil seguir. De nada valen las fuerzas que aún nos quedan: esta apariencia inútil de plenitud que no consigue hacernos avanzar. Cuando llegamos al lugar en que ahora transcurren nuestros días, nos dijimos: «Es hermosa esta tierra; hay sol y hay aire limpio; reina el verano; todo, al parecer, está al alcance del deseo: las manos se nos llenan de dones conseguidos sin dolor y sin lucha. Será bueno descansar aquí un poco. Tiempo habrá de proseguir más tarde otra vez el camino». Y nuestros ojos vieron pasar soles y lunas, días que iban cumpliéndose con deliciosa lentitud. El hábito de la apacible tregua nos ganó poco a poco el espíritu y el cuerpo. Y olvidamos al cabo el afán que nos hizo ser lo que fuimos antes de haber llegado a este lugar extraño. Ya no somos los mismos. Permanecen los viejos gestos, las maneras antig