50 AÑOS DE LA MUERTE DE LUÍS CERNUDA

NO DECÍA PALABRAS

No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.

La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.

Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.

Aunque sólo sea una esperanza
porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.

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COMENTARIO: No quiero en este comentario añadir nada sobre una interpretación sexual u homosexual sobre el poema. No es necesario y no hace falta a estas alturas de la muerte del poeta. Prefiero comentar otras cosas. Por ejemplo, hacer hincapié en la naturaleza del deseo, pregunta cuyo respuesta nadie sabe. ¿Y cómo saber la respuesta? Quizás sea imposible saberlo, porque el deseo no hay que comprenderlo, sino experimentarlo y encauzarlo para lograr darle satisfacción. Da igual a la diana que apunte, hay que seguir su rastro, estar atento a su dirección, a su sentido. Es necesario conocer la fuerza con la que nos arrastra, para controlarlo o, al menos, para no perdernos en el puro desear. Cernuda habla del deseo carnal (una mirada fugaz entre las sombras,/bastan para que el cuerpo se abra en dos), pero al leer el poema, uno entiende que los mecanismos del deseo funcionan de igual manera para otros tipos de deseos. Un deseo que se convierta en una esperanza de llevar a término lo que esa misma esperanza abre. Y sin decir palabras, dejarse guiar por él. Es la única manera de dar salida, también, a nuestras obsesiones.

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