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LOS POEMAS DE MI ABUELO

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 Al leer mi abuelo a Machado viajábamos a Castilla. Niños hechizados, con su voz y dos rimas. Solía recitar tus sueños con canas y sombras chinas. Me compró siempre más cuentos de los que cualquier niño leía. Mi abuelo se fue en mayo, cuando yo era una niña y pensaba que entre estrellas algún día lo encontraría. Los años me han quemado. Apenas pienso ya en ellas, pero aún leo los poemas con su voz en las orejas. En la estrella que más brilla, aún arde allí el pobre fuego de una niña que no es niña y que sueña con su abuelo. DATOS DE LA POETA:  Casilda Fernández de Soria Martín.  Nací el 23 de noviembre de 1997 en Badajoz. Crecí leyendo fantasía mientras mi madre inventaba historias sobre duendes para que nos comiésemos el arroz. En el patio del colegió leía narraciones escritas a escondidas en clase en cuadernos de márgenes llenos de dibujos. Estudié Arte en bachillerato, Derecho en Sevilla y tres másteres, uno de ellos sobre escritura creativa. Ahora subo contenido a redes sociales so

VERDES LOS OJOS

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Verdes los ojos nuevamente. Nuevamente, los ojos verdes. Claridad, y ya vuelves, memoria verdecida, a esta primera página. Vuelves, pero solamente, como dijera Juan L., como el vapor flotante de un sueño parecido a los sueños suspendidos. Vuelves bordeando lo eterno de la orilla quizás para acercarme nuevas manos y despegando tan suave tus raíces andar caminos que dulces nos separen.  DATOS:  Pepe Llopis Manchón (Alquerías del Niño Perdido, 2000) es graduado en Sociología y Ciencias Políticas por la Universidad de Valencia. En 2019 publicó su primer poemario, Si vos querés, nos suicidamos juntos (Olé Libros). Ha sido ganador del IX Premio de Relato Corto Ciudad de Castellón y finalista del Concurso de Relato #HistoriasdeMujeres. Próximamente aparecerá, coescrito junto con la poeta Ane Campaña Blanco, su nuevo libro: Los azares congelados (LaConsentida). COMENTARIO :  ¿Y si la escritura permite desentrañar una forma de revivir y reinterpretar recuerdos, emociones y experiencias? Si es

VACACIONES EN ROMA (PARA UNA CEREMONIA DE DESPEDIDA)

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Nada es imposible, la palabra en sí misma dice ¡"mi-posible"! AUDREY HEPBURN Qué verano tan crujiente, Joe Bradley. El calor se ha pegado a las calles como un astro en peligro, la ciudad se ha llenado de tigres, de piernas desordenadas, de camisas blancas que saludan como diminutas banderas taoístas. Qué regalo increíble el de la eternidad en el cuerpo, Joe, o tú y yo, mi precioso journalist , nosotros, que no somos más que nuestro amor secreto. ¿Te he dicho que estoy preparada para el viaje? Recorreremos en vespa Il Colosseo, Piazza Venezia y esa dulce intersección de todo amor inventado. Oh loco amor que trastornas mi cartílago amenazado siempre por tu no poder ser, inaccesible amor de alas terribles, airoso amor que de niñez llenas el mundo. Oh tímido Gregory Peck que calzas mi zapato en la orilla de tu boca. Oh murciélago suave que vienes a mis ojos para mirarle mejor. Oh Cupido ciego, lobo estepario, príncipe indeciso, ¿no podrías tú convertirnos en animales afines? ¿no

LA GUERRA Y LOS NIÑOS

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Para mi amigo Marwan Los niños de Gaza duran poco. Casi nada. Tres bombas. Duran muy pocos meses sin comer. Están mal hechos los niños gazatíes. Y las niñas. Qué débiles. Solo dos bombas y ya está. Uno enciende la tele, pone la radio, lee la prensa digital y ahí están, muertos, muertas. Sin padres. Sin abuelos. Sin maestras. Sin tías. Muertos y muertas a tan temprana edad. No sé cómo pueden. Ni siquiera sienten curiosidad por la palabra “adolescencia” Niños y niñas que se mueren igual, desfachatadamente. Y uno aquí, tan adulto. Tan víctima de sus cadáveres. La ONU lo ha dicho sin remilgos: “Hay más niños muertos en Gaza en 5 meses que en todas las guerras ocurridas durante los últimos cuatro años”. Las estadísticas no engañan. Y uno aquí, tan adulto. Con la cerveza calentándose, evaporada de estupor. Que se acabe la guerra, digo yo, porque de lo contrario tendrán la cara dura de seguir muriéndose. Que se acabe la guerra, digo yo, porque no hay nada peor que un huérfano acusándonos de s

ÉXODO (PARA UNA CEREMONIA DE DESPEDIDA)

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Tuve un río y un puñado de trigo. Tú tenías un trozo de ribera  y un prado alto de arcilla compacta para plantar el grano. Cuando llegó la niebla nos pilló repartiendo la cosecha, el barro, la pendiente y el relámpago. Y escondió a la centella  en su manto de bruma y al barro y la pendiente. Solo quiso agua dulce para calmar su ansia de nube acomplejada.  Y a fuerza de beber se convirtió en espejo. Vidrio plano en reposo donde se atusa el mirlo. Nunca habrá nuevo hogar  porque hogar es arraigo y hoy no sé quiénes somos. Tú te llevaste un cántaro y un libro. Yo robé el ulular de los mochuelos para no confundir  el desmogue del ciervo con las moras maduras. Siempre es septiembre cuando ya no hay nadie que recuerde el nombre de la vereda que llevaba a tu casa entre los tilos. Ahora huele a barbos y a sanguijuelas ancladas en la piel de la memoria donde bulle un perol  con ajos y pan negro al que habrá que echar sal y algo de arrojo para que no se olvide la receta. DATOS DE LA POETA :  Son

CANÍBALES

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Corta por ratos la náusea que corre con sus pies ata- jando la luz barata de un clóset. Están. Sus medias  trajinando dolorosamente, pasan sin poder asirse de  los tobillos del enano. Mi sujeto deforme es el demo- nio que me quitó de la costilla Dios cuando nací.  Yo creía que al menos tendría alas y oro cubriéndo- me la frente pero entre fotogramas viví el pánico del  acero quirúrgico negociando los pulmones de mi  madre con frascos coloreados al azar e intravenosas  que le sacudían la infancia. Entonces ella gritaba a  mi abuela, yo le gritaba a mi abuela, mi hermana le  gritaba a mi abuela, la tía le gritaba a la abuela. Se  tenía que hacer pública aquella hipótesis de que la  abuela era abuela, pero era mala madre. Lo logra- mos. La partimos. Nos comimos sus piernas peque- ñitas y su boca que se sostenía sobre el mentón  de los besos infinitos del 96. Los caníbales celebramos cumpleaños y fiestas de  guardar.  Somos de centro-izquierda, pero le pagamos poco  a la doméstica.  Y vivi