LA VÍSPERA INCIERTA


LA VÍSPERA INCIERTA

Volvió casi clareando a casa, como otras veces.
Estaba algo aturdido de cerveza y los restos infelices
de medio éxtasis tomado, con ella, al filo de las once.
Sin quitarse los pantalones, sólo de medio cuerpo
desnudo, se echó en aquella cama estrecha, dejando
encendida la luz de la lámpara de estudio...
No pensó en la música ni en la novela que estaba
leyendo -ahí, sobre la mesa- ni en el día de sol
que había concluido en aquella noche de música
y de juerga. Sentía unas tremendas ganas de llorar
y un extraño peso en el pecho. La vida era mezquina
-sintió- y nunca llegaría a ningún sitio.
Pasarían los días y crecería el tedio
y como una piedra muy grande pesaría la rabia.
Quería dar golpes a alguien, gritar, aullar,
soltar el rencor por los dedos, la pena, la impotencia,
la angustia, ese terrible peso, que le decía nunca,
no, nunca, nada, jamás, desiste, nunca.
Y entonces en ese instante en que el pecho crecía
de desazón y páramo infecundo, empezó a llorar
ruidosamente, a llorar -no sabía bien por qué-
a llorar solo en su cuarto estrecho de estudiante,
entre libros, discos y aquel póster de Prince muy raro.
Lloró medio desnudo, revuelto el pelo, casi de día,
lloró sin importarle que su madre lo oyera,
si es que madrugaba un domingo, cosa poco probable...


DATOS DEL POETA: Luis Antonio de Villena. Todo sobre este autor, aquí: http://luisantoniodevillena.es/web/. El poema pertenece a Asuntos de delirio (1989-1996).

COMENTARIO: Cuando un adulto lee este poema, recuerda cada una de las razones que llevan al llanto final del muchacho, porque él ha sido ese muchacho. La mezquindad de la vida, la desesperanza, la impotencia, la pena, el amargo sabor de las pequeñas derrotas, la inapreciable línea que separa la alegría de la tristeza se aprende en noches como las que origina el poema de esta semana. Aunque no es el único marco posible, claro.

Cuando un docente lee este poema, presiente que sus alumnos viven en otra realidad distinta y que la comunicación con ellos es harto difícil, pues ignora, la razón de esas lágrimas. Somos como esa madre medio ausente, hastiada, tal vez, y ajena a una parcela de la vida de su hijo, quizás la que más le importe a él, seguro que la que más intensamente vive y le marcará en el futuro. Lo siento, pero esta semana me siento así de defraudado como docente (también como adulto), al comprobar la infinita distancia que existe entre nosotros y vosotros.

Por cierto, ¿qué ocurre cuando un adolescente o un joven como vosotros lee este poema?

Comentarios