Oír, ver y callar remedio fuera
Oír, ver y callar remedio fuera
en tiempo que la vista y el oído
y la lengua pudieran ser sentido
y no delito que ofender pudiera.
en tiempo que la vista y el oído
y la lengua pudieran ser sentido
y no delito que ofender pudiera.
Hoy, sordos los remeros con la cera,
golfo navegaré que (encanecido
de huesos, no de espumas) con bramido
sepulta a quien oyó voz lisonjera.
golfo navegaré que (encanecido
de huesos, no de espumas) con bramido
sepulta a quien oyó voz lisonjera.
Sin ser oído y sin oír, ociosos
ojos y orejas, viviré olvidado
del ceño de los hombres poderosos.
ojos y orejas, viviré olvidado
del ceño de los hombres poderosos.
Si es delito saber quién ha pecado,
los vicios escudriñen los curiosos:
y viva yo ignorante y ignorado.
los vicios escudriñen los curiosos:
y viva yo ignorante y ignorado.
DATOS
DEL POETA: Francisco de
Quevedo es un poeta que no debería necesitar este apartado. No
obstante, diremos que nació en Madrid en 1580 y murió en Ciudad
Real en 1645. Fue un escritor español del Siglo de Oro y es uno de
los mejores escritores universales.
COMENTARIO:
“Quien
acerca su nave sin saberlo y escucha la voz de las Sirenas ya nunca
se verá rodeado de su esposa y tiernos hijos; antes bien, lo
hechizan éstas con su sonoro canto sentadas en un prado donde las
rodea un gran montón de huesos humanos putrefactos, cubiertos de
piel seca. Haz pasar de largo a la nave y, derritiendo cera agradable
como la miel, unta los oídos de tus compañeros para que ninguno de
ellos las escuche.”
Este fragmento de La Odisea de
Homero es necesario para entender el segundo cuarteto del poema.
También es necesario conocer el tópico del Menosprecio de corte
y alabanza de aldea para entender que Quevedo defiende la vida
retirada como la más ventajosa.
Para
ser un gran escritor, hay que ser un gran lector y para ser un buen
lector, no basta con saber leer.
Y
es que hay que saber entre líneas, o levantando la cabeza, es decir,
con sagacidad y con cabeza. Por eso, en este poema, Quevedo, harto de
su trato con los poderosos, apuesta por una especie de anonimato;
parece aconsejarnos: “dejadme tranquilos con vuestras cosas, que yo
me dedico a lo mío...” Y, sin embargo, tal vez deberíamos hacer
lo contrario. Sobre todo, porque ese ideal de paz y sosiego, ese
remanso de la vida retirada a la que nos referimos en la primera
parte del comentario, conlleva, paradójicamente, más naufragios y
sufrimiento que el que parece plantearnos el poeta con su callar, no
ver y pasar. ¡Ojalá, los poderosos nos dejaran tranquilos!, pero
nuestro silencio, nuestra ceguera y nuestro pasotimo repercute
más todavía en nuestra vida privada. Y aquí esta el dilema: ¿o
pasamos, pero nos siguen molestando; o no pasamos, aunque nos sigan
molestando?
El
mar es peligroso, y nos puede arrastrar al fondo del abismo, pero hay
que navegarlo, porque todos estamos en el mismo barco, aunque a veces
den ganas de abandonarlo y zozobrar a solas..., aunque, nos tememos,
que el celo de los poderosos ni siquiera nos deja un resquicio para
saltar...
(Comentario
al alimón: Leles y Antonio)
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