HE MUERTO MIL VECES
Ante ti he muerto,
y con ello muere mi amor de ti.
Muere mi sombra
sobre más sombras.
Ante las miradas
hemos muerto,
se han cerrado nuestros ojos.
He muerto y muerto,
y mil veces muerto.
¿No escuchas?
Esta casa mía
se ha ido para siempre,
ha cruzado el ventanal.
Me he plantado
en medio de la calle
para escuchar los versos
de los jilgueros.
Siguen cantando en este silencio.
Hay silencio hoy en la calle,
y, aun así, hay canto
sobre esta ciudad.
El oleaje no muere,
se lleva las lágrimas
y con ellas, mi muerte.
He muerto y muerto
y mil veces muerto.
Y no me verás morir.
Pero, alguno de vosotros, se dirá a sí mismo: "Le ordeno a mi corazón que se detenga, que deje de funcionar", porque el dolor de la pérdida, del paso del tiempo que arrasa con los afectos y las certezas, es demasiado grave. El poema de Pastore nos sitúa en ese exacto instante de colapso, donde la única reacción lógica ante la magnitud del vacío es la anulación: si el amor ha muerto, si la identidad se ha esfumado, ¿qué sentido tiene que el corazón continúe su ritmo? El tiempo, que antes era cómplice de la vida, se ha convertido en un enemigo que acumula distancia y silencio. Esta es la experiencia más amarga también del amor: descubrir que el pasado ya no vuelve y que la única realidad es el presente implacable. Y en esa inmensidad de la memoria y el desgarro, lo que en verdad se anhela es la intensidad perdida, esa sensación de saberse vivo. La orden de detener el corazón, aunque imposible, es el grito desesperado por congelar el dolor antes de que se haga crónico, antes de que el oleaje se lleve no solo las lágrimas, sino el recuerdo de lo que fue.
Dice la poeta peruana que el oleaje no muere. Es decir, el continuo devenir de lo mismo, el ciclo incesante de la vida que se lleva las penas y las muertes interiores, perdura. La esencia del mundo no es el estancamiento, sino el cambio, la renovación. Aunque la persona haya muerto mil veces en el plano emocional, la corriente vital sigue su curso, imparable, arrastrando las lágrimas como si fueran restos insignificantes. Todo acaba, pero todo, inevitablemente, quedará alto y fuerte de nuevo. Esta verdad del mundo natural nos proporciona una esperanza melancólica: la pena y el silencio son transitorios, pero la vida es una fuerza permanente que nos empuja a seguir, a pesar de la ausencia. En ese flujo constante, la memoria se transforma en la única prueba real del amor que ha sido, una verdad que parece gritar: si te vas, no te vayas del todo, llévate mi olvido. La esperanza siempre es acuosa, reside en que el mar, al llevarse la muerte y las lágrimas, deje intacta la intensidad que se vivió.
Nada muere entonces de forma definitiva. Ni el año acaba realmente, pues la energía del mundo solo se transforma, ni el dolor se establece como un estado final. Ese aprendizaje de la metamorfosis es, de hecho, lo que celebramos cuando se acerca el periodo de la Navidad y el Año Nuevo: aunque parezca que ya no queda una piedra en pie, tenemos la certeza de que incluso en la máxima destrucción existe una belleza intrínseca. La vida no es un camino lineal ni ordenado; es un dulce desorden, donde la muerte y el renacer conviven simultáneamente. Es en esa aceptación del desorden fundamental donde encontramos el verdadero consuelo: el silencio en la calle no es un vacío, es el espacio necesario para que se escuche el canto de los jilgueros: la vida imponiendo su luz. Aunque haya que abandonar la casa, el hogar.
Tal vez vivir un año sea un proceso de constante alerta, siempre en estado de espera, no para volver al pasado ni para cambiar el futuro, sino más bien, para habitar el instante, ese presente que se hace eterno. Aprehender a vivir así, en el instante absoluto, hace que la concepción del tiempo sea distinta a la mera cronología lineal. Decidimos quiénes somos en cada momento. Por eso cada experiencia es definitiva y definitoria, y el individuo se configura no por su historia, sino por su elección. En cada acto nos definimos, nos posicionamos frente al duelo o la alegría, la vida o la muerte, sin testigos ni aplazamientos. La negación final, contradictoria, de la poeta ("Y no me verás morir"), no es solo la promesa de una resurrección, sino la reafirmación de que su ser se reconstruye en un plano tan íntimo y fugaz (el instante) que es invisible para la mirada ajena, quedando su transformación reservada solo para ella misma. Lo que nos ocurre, siempre ocurre dentro de nosotros.
Agradecemos el envío de Ale Pastore desde Perú, que convierte nuestro blog, otra vez, en un blog internacional, haciendo crecer más La Voz de la Poesía.
- Imagina otro título posible para el poema. Justifica tu elección.
- Visita la página de la Ale Pastore. Según su biografía, ¿cuáles son los temas principales que abordan sus poemas, libros o proyectos? Ale Pastore combina la poesía con el periodismo. ¿Cómo crees que la precisión, la observación detallada y la capacidad de síntesis que exige el periodismo documental podrían enriquecer o influir en la forma en que escribe poesía?
- Explica la diferencia entre la muerte que describe Ale Pastore y una muerte física. ¿Qué simboliza morir mil veces en el contexto de la pérdida y la identidad?
- ¿Qué rol juega el oleaje en el poema? ¿Es una fuerza destructiva o una fuerza de purificación y renovación? Relaciona esta metáfora con la idea del fin de año y el comienzo de algo nuevo.
- ¿Qué representa la "casa" en el poema? ¿Por qué es significativa la imagen de que se va volando a través del ventanal?
- El comentario final incluye, de forma sutil, versos literales de canciones de Robe Iniesta. Exactamente las siguientes:
| Párrafo del Comentario | Verso Escondido de Robe Iniesta | Canción de Origen |
| Párrafo 1 | ||
| Párrafo 2 | ||
| Párrafo 3 | ||
| Párrafo 4 | ||
| Párrafo 5 |
- El comentario desarrolla la idea de que "cada momento es definitivo y definitorio". ¿Qué significa "definirse en cada acto"? ¿Crees que una decisión en un instante debe ser siempre definitiva?
- En este blog aparecen poetas de algunas nacionalidades. Búscalos y elige el poema o la entrada que más te haya gustado. Preséntala a tus compañeros justificando tu elección.
- De alguna manera, el siguiente poema de Ángel González se puede relacionar con el poema de esta semana:
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