DEPENDIENDO DE LA MAREA
Dependiendo de la marea, una ola tiene mil maneras de romperse. Llegan a la orilla y allí se deshacen como si nunca hubiesen rugido, como si el mar no mostrase su furia con ellas. Son los vestigios del océano rompiendo en las orillas. La quietud de la inmensidad donde navegan los barcos contrasta con las crestas surcadas de surfistas, rugientes, espumosas, blancas de sal. La marea va a y viene, avanza y se retrae, quizás como un recuerdo que nunca acabase de cicatrizar. Todo amor es tempestuoso en sus extremos. La pasión devora sus principios, asalta la quietud, acelera el movimiento de las olas. Luego llega la calma, corazones mecidos al unísono por un vaivén acompasado. En las noches de tormenta, cuando hay mar de leva, la orilla se llena de destrozos, amanece regada de cadáveres y despojos que no supieron qué hacer para no ahogarse. Como se ahoga el amor en los finales, destrozado por los golpes de las olas que tienen mil maneras de romperse. Un hombre oceánico, un gladiador enveje...