MAMÁ



 Mamá

te llamo para pedirte algo o nada.


Te llamo mamá, Madre,

aún pudiendo reclamar la atención de tu nombre o quererte madre

o desconocida de quien bebí la vida.


Mamá

tienes un ángel en el nombre

y un demonio en la sombra

de la última vocal.


Mamá

pocas veces me has besado

porque mi frente lleva escrita

tu abandono.


Mamá

has cosido tu boca con la incertidumbre

de un mañana que no existe

y me has hecho tragar la aguja.


Ni el agua pasa, ni la saliva pasa, ni grita mi garganta

para llamarte


¡MAMÁ!


En tu silencio habita la voz de la culpa escondida

en las trenzas cortadas de tu infancia.

Quién fuera niña hoy para amputar las manos

a quien arrancó tu uniforme bordado y lo ensució

con la misma sangre que os une.


Mamá

no culpes al eco dormido entre algodones

de la niña que ya nació herida en tus entrañas.

¿Por qué engendraste en mí el odio

de quien no aguanta el peso

de unos ojos

incapaces de sentir una tristeza

que no le pertenece?


Mamá

Te llamo para quererte

aunque sea tarde.





DATOS DE LA POETA: Sara Olivas (València, 1993) es periodista, gestora cultural y poeta. Las manos es su primer poemario (2021, editorial Valparaíso), La perra de esta casa (2022) ha obtenido el XIX Premi Universitat Vàlencia d'Escriptura de Creació; Machete al forajido es su última obra literaria, un wéstern feminista editado por Proyecto Estefanía.

Ha participado y gestionado eventos poéticos de València como Versillos a la Mar, Versat i Fet, De andar por casa y A pies de página. Actualmente, junto a otra compañera, es la fundadora y creadora de Revista Impasible, una revista digital que nace con el objetivo de visibilizar la alta sensibilidad a través del arte y la literatura. Ganadora del certamen de relatos Beatriu Civera del Ayuntamiento de València (2020) y de la Segunda edición del Certamen de Vídeopoemas Poemágenes (2019).



COMENTARIO: Antes de comentar el poema, espero que los lectores de este blog disculpen que una intrusa como yo haya hecho aparición en esta entrada, a modo de “salto al charco” sin botas de agua, pero con permiso, para mojarme todo lo posible, ya que el asunto lo merece.

A estas alturas de la vida el que más y el que menos ya ha aprendido que hay temas que no se tocan, hay pesares que no nos permitimos verbalizar, salvo en contadas ocasiones con las personas adecuadas, por miedo seguramente a reconocer la crudeza de su verdad. Pero en esto también hay una excepción: en la poesía cabe todo, y especialmente si quien lo expone lo hace con semejante dulzura y valentía como lo hace Sara Olivas.

La autora nos presenta, a modo de espejo ineludible, la fatalidad de la herida de una hija abandonada, no querida, no cuidada o simplemente con la carga de una tristeza que no le pertenece. Y es que a los hijos se nos presupone, a veces, siervos del tan manido “honrarás a tu padre y a tu madre”, pero hay hijos que no quieren a sus padres, padres que tratan con desprecio a sus hijos, o que los maltratan de mil maneras, y también hay madres que no aman a sus niños. Parece imposible ¿no es así? Es como un atentado a esa ley natural del instinto, que nos hace creer que no hay amor más puro y desinteresado como el de los progenitores, como el de esas personas que nos dieron una vez la vida. Y, sin embargo, ocurre; es una realidad. Es una realidad y un tabú social y, como todo lo que resulta difícil de digerir, tendemos a negarlo, a maquillarlo y justificarlo con conflictos superfluos provocados en comidas navideñas y otros desplantes.

Pero a veces, como al leer este poema, salen de debajo de la alfombra los porqués agolpados durante años en la mente (“¿por qué se comportó así?” “¿hice yo algo malo para que no me quisiera?”) y arrastramos de por vida los sentimientos de culpa, de frustración, de dolor, de desarraigo, de aspereza ante algo que creíamos merecer. (Mamá/has cosido tu boca con la incertidumbre/de un mañana que no existe/y me has hecho tragar la aguja).

Convivir y crecer con el abandono no es tarea fácil (pocas veces me has besado/porque mi frente lleva escrita/tu abandono). La paradoja del abandono es difícil de masticar: es algo que es nada, y como nada que es, no permite acción; no se puede golpear, ni gritar, ni escupir de rabia al abandono, ni siquiera convertirlo en otra cosa, porque es la más absoluta y enorme nada. Detrás del abandono solo queda tu propio eco.

Las inseguridades de nuestros progenitores, sus carencias, problemas psicológicos, adicciones, simple ineptitud o incapacidad aprendida desbocan una cascada de carencias, traumas, inseguridades e ineptitud en nosotros. De repente un día las reconocemos en un abrazo, en una complacencia casi enfermiza, en una búsqueda de perfecciones enjauladas que consigan ocultar las heridas que llevamos al cuello cosidas. Padres narcisistas que ahogan cualquier intento de cordialidad con una toxicidad digna de cualquier telenovela; madres a las que se arrebató la infancia de un bofetón o algo peor(En tu silencio habita la voz de la culpa escondida/en las trenzas cortadas de tu infancia); maltratos ancestrales grabados a cincel en la retina y en la hipófisis, que se transmiten y perpetúan junto con la división celular del resto de genes (Quién fuera niña hoy para amputar las manos/a quien arrancó tu uniforme bordado y lo ensució/con la misma sangre que os une). Roles aprendidos e impostados, frustraciones enquistadas, emociones ahogadas; empujadas muy dentro y enterradas en cal viva, por si acaso se te había ocurrido parecer humano.

Y lo peor es que de niños (y de no tan niños) siempre necesitamos una mano para aliviar la tristeza, el miedo, los embistes a los que nos somete la vida. Aprendemos a andar a costa de dibujar en nuestro cuerpo un mapa de cicatrices, heridas y raspones, que, con algo de suerte, nuestra madre o padre consolará entre sus brazos, y otras muchas veces, en ausencia de ellos y en presencia de “esa enorme nada” (recuerden) del abandono, cerrarán “por segunda intención”, a base de trabajo propio y solitario. Y sí, las cicatrices quedan más feas, incluso duelen más los días de lluvia, pero acaban cerrando igual.

El poema nos pone por delante una dualidad, porque a fin de cuentas, ninguna persona es solo luz, ni solo oscuridad, ni siquiera los nefastos padres o madres (tienes un ángel en el nombre/y un demonio en la sombra/de la última vocal). En este sentido, el destino aciago, los genes, la educación, los determinismos sociales, incluso los factores económicos (la falta de tiempo en nuestras sociedades estresadas) provoca que todo apunte al fracaso en la crianza de los hijos. Aún así, siempre queda un resquicio de libertad para escapar de todos estos determinismos, de este destino que parece imponerse. Se pueden hacer las cosas de otro modo. Y como padres y madres, podemos intentar hacer las cosas de otro modo distinto, para no reproducir patrones que ya sabemos, en primera persona, que no funcionan y que hay que desechar; aunque no sea fácil escapar de los genes, la educación recibida y el sistema moral, social y económico recibido.

Sara Olivas acaba su poema apuntado en esa dirección: abre la puerta a otra forma de entender las relaciones: un amor que se elige y se construye, pero también un amor inevitable, el de los vínculos que trascienden a la química, la biología, la física y las creencias. Quizá, después de todo, nuestros incapaces padres o madres no lo hicieran tan mal con nosotros, y de la enorme nada sí pueda surgir algo, porque aquí estamos hoy, comprendiendo, creciendo y amando, aunque sea tarde.

(Agradecemos, por último el envío de la poeta valenciana para colaborar con nuestro blog y La Voz de la Poesía. Su manera de entender la poesía no tiene filtros. Pocas poetas tiene el arrojo suficiente para desnudar sus sentimientos y su experiencia personal de esta manera descarnada y amable a la vez. La naturalidad con la que se expresa demuestra que las palabras son capaces de cauterizar el sufrimiento más terrible. Y necesitamos testimonios como el de ella, porque hay alumnos y alumnas pasando por esta misma experiencia. Este aprendizaje también es necesario en el aula, en un mundo done lo esencial queda escondido bajo lo superfluo).


Por Esther Mañoso


BONUS TRACK: Aprender a respirar lejos de lo tóxico no es fácil, pero hay que hacerlo. Que cada parte cuente su historia, cada perspectiva es su propio relato sobre lo ocurrido, un cuento, al fin y al cabo, sobre una historia en común, pero distinta. Poner tierra de por medio, a veces, es una opción para, tal vez, volver a reunirse y tener otra oportunidad de no tener un nudo sin sentido en las manos.




ACTIVIDADES:

  • Busca otro título posible para el poema y explica tu elección.

  • En este poema es muy importante el ritmo. Como sabes, el ritmo en un poema puede venir por los acentos, la pausas y los encabalgamientos, entre otras opciones. Identifica algunos de estos elementos en el poema (puedes escuchar de nuevo a Sara Olivas para facilitarte esta tarea).

  • La infancia y la vida de la autora no han sido fáciles, como revelan sus versos. Pero, como se deja entrever en el comentario, el amor puede paliar sus efectos. Os dejamos con otra grabación de Sara Olivas para pensar en dicha posibilidad:



¿Pueden ser las relaciones amorosas una ayuda para solventar traumas de la infancia?

  • Si quieres profundizar en la manera de superar el trauma infantil del que se habla en el poema, mediante la creación literaria, no te pierdas esta entrevista:


¿Te parece que la poesía puede servir para resolver más problemas? Identifica algunos traumas e intenta buscar un poema en este blog para ayudar a ello.

  • El Proyecto La Voz a ti Debida se puede relacionar con esta manera de entender la poesía al servicio de la sociedad y las personas dependientes o con carencias afectivas también. Si quieres que te busquemos una lectura adecuada para ti, déjanos un mensaje y participa en la experiencia.

  • Sara Olivas hace también vídeopoemas. ¿Te atreves hacer uno con su texto? Puedes intentarlo también con otros poemas de este blog.



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